Minqi Li: "Aunque el socialismo triunfe en la segunda mitad del siglo XXI, la tarea de los futuros gobiernos socialistas no será ya la de prevenir las catástrofes generadas por el cáncer capitalista, sino intentar sobrevivir a ellas"
Edward Abbey :"El crecimiento por el crecimiento es la ideología de la célula cancerosa."
Teorías del decrecimiento
Definición del decrecimiento: "Decrecimiento sostenible es una reducción de escala de la producción y el consumo que aumenta el bienestar humano y mejora las condiciones ecológicas y la equidad en el planeta. Hace un llamamiento para un futuro donde las sociedades vivan dentro de sus posibilidades ecológicas, con economías abiertas y localizadas, con recursos distribuidos más equitativamente a través nuevas formas de instituciones democráticas. Estas sociedades ya no tendrán que "crecer o morir." La acumulación material ya no tendrá una posición privilegiada en el imaginario cultural de la población. La primacía de la eficiencia será sustituida por un enfoque en la suficiencia y la innovación y ya no se centrará en la tecnología por la tecnología, sino que se concentrará en nuevos sistemas sociales y técnicas que nos permitirán vivir convivencial y frugalmente. El decrecimiento no sólo cuestiona la centralidad del PIB como objetivo de política general sino que propone un marco para la transformación a favor de un menor nivel sostenible de producción y consumo, una reducción del sistema económico para dejar más espacio para la cooperación humana y los ecosistemas ".
Resulta paradójico que la histórica conferencia de París sobre "Decrecimiento Económico para la Sostenibilidad Ecológica y la Equidad Social" de 2008, y la “Declaración de Barcelona” de 2010, a favor del decrecimiento, coincidieran con la reaparición de la crisis económica y el estancamiento en una escala no vista desde la década de 1930. Lo que debía producirse a base de “una reducción de escala suave, voluntaria y equitativa de la producción y el consumo que asegure el bienestar humano y la sostenibilidad ecológica tanto a nivel local como a nivel mundial, en el corto y largo plazo” se conseguía de golpe gracias a una nueva crisis capitalista mundial.
La mayoría de teóricos del “decrecimiento” hablan poco de capitalismo, y cuando lo hacen señalan que cualquier nuevo orden social está siempre presente en el anterior (como el capitalismo dentro del feudalismo). Los cambios nunca parten de una pizarra en blanco. Tarde o temprano un régimen establecido dentro del mismo capitalismo creará oportunidades para trayectorias alternativas que harán posible el decrecimiento. Perciben el “crecimiento” como algo derivado de las manías, fetichismos culturales o raíces psicológicas (Latouche). Bastaría con cambiar aquellas para frenar el crecimiento. Relegan la idea de que el crecimiento y/o el decrecimiento provienen de particulares fuerzas endógenas propias del capitalismo.
Suelen confundir “crecimiento del PIB” con “acumulación capitalista”. Ponen en el centro el “crecimiento”, no en el capitalismo. Si el capitalismo consiguiera funcionar establemente con un decrecimiento o un no-crecimiento del PIB, ¡Viva el capitalismo!
Variantes decrementalistas
Hay un amplio espectro de teorías o escuelas del decrecimiento (algo parecido ocurrió con los ecologistas – verdes)
Algunas de las tendencias son claramente política y socialmente conservadoras. Estas corrientes reconocen que el crecimiento está llegando a sus límites naturales y sociales y diagnostica el problema afirmando que los ciudadanos y los Estados están viviendo por encima de sus posibilidades. Para estos pensadores la contracción es inevitable y será necesario un cambio en los valores personales y el fortalecimiento de la familia patriarcal para asumir más responsabilidades desmontando el estado de bienestar.
La llamada Escuela Reformista Social diagnostica que los problemas surgen a causa de la fijación política en el crecimiento, impulsada por sectores económicos, instituciones y estructuras que se han vuelto dependientes del crecimiento. Proponen un estilo de hacer política indiferente al crecimiento y consideran que el PIB per cápita es en cualquier caso una medida inútil de bienestar social. Proponen que los políticos y los actores de la sociedad civil deben renunciar al dogma del crecimiento y desconectar las estructuras económicas e institucionales (como el sistema de seguridad social) de crecimiento en la dirección de un tipo sostenible del liberalismo que se lograría mediante la fiscalidad ecológica, las políticas para promover la suficiencia, los sistemas de seguro cívicos, el consumo sostenible y el desarrollo de indicadores alternativos de bienestar.
La llamada Escuela de Suficiencia (autosuficiencia) plantea que es imposible desvincular el uso de los recursos con respecto al crecimiento. Propone un enfoque vital de suficiencia en vez de un enfoque consumista y aboga por la necesidad de una vuelta a formas de producción escala más local y reducida de producción propia.
El "Movimiento de Transición" constituye una red internacional de grupos que se reunen para tratar de preparar a las comunidades locales con información y proyectos prácticos para un futuro de "descenso energético". El movimiento tiende a evitar el compromiso político explícito y favorece las comunidades que toman sus propias iniciativas como jardines comunales sin esperar a que los políticos despierten ante la gravedad de la crisis.
Por último, hay una escuela decrementalista teóricamente “anticapitalista” que plantea un cuestionamiento de estilo de vida autodestructivo de la humanidad. Plantea inventar formas creativas de convivencia. Opta por un decrecimiento voluntario, para vivir mejor aquí y ahora, la preservación de las condiciones necesarias para la supervivencia a largo plazo de la humanidad. No plantean el decrecimiento como un fin en sí mismo, sino un paso necesario en la búsqueda de modelos que representan las sociedades libres, liberados del dogma del crecimiento. Su objetivo es intentar encontrar una "vida mejor", basada en la sencillez, la moderación, y el compartir. No se trata de "desarrollo sostenible", sino un rechazo al capitalismo, no importa si es "verde" o "socialmente justo", y no importa si la gestión es estatal o por empresas privadas.
Todas las escuelas y corrientes decrementalistas tienen en común aborrecer o marginar el concepto de socialismo (algo parecido a los “verdes”) aunque, como en el caso de los “anticapitalistas”, planteen abiertamente alternativas y hojas de ruta claramente socialistas.
Luc Boltanski, Eve Chiapello y Nancy Fraser, entre otros, han estudiado la tremenda capacidad del capitalismo para absorber aspectos vitales de la crítica de los nuevos movimientos sociales, con el fin de rejuvenecer sus propios procesos de reproducción.
A pesar de todo, la antítesis del capitalismo no es el ecologismo, o el decrementalismo, sino simple y llanamente el socialismo.
Capitalismo del decrecimiento
Por otra parte, mucho teóricos de la izquierda plantean que el capitalismo no pude continuar sin crecimiento. El crecimiento es algo consustancial al sistema. Fin del crecimiento = fin del capitalismo.
Pues bien, la historia reciente no parece favorecer la tesis "fin del crecimiento = fin del capitalismo". Sin duda, en los últimos años los más importantes recursos naturales se han vuelto escasos y más caros y las tasas de crecimiento se han ido reduciendo a nivel global. Y sin embargo, en muchos sentidos, los países ricos como los EE.UU., Europa y Japón se han vuelto más y más capitalista desde los años 70, con la reducción de impuestos a las grandes corporaciones y a los ricos, la desregulación, la privatización generalizada, y un papel más importante para los mercados financieros. ¿Estamos entrando en una nueva fase de la trayectoria capitalista? ¿Estamos ante el capitalismo del decrecimiento?
Los síntomas del decrecimiento
Kart Polany: “Es evidente que trabajo, tierra y dinero no son mercancías, en el sentido de que, en lo que a estos tres elementos se refiere, el postulado según el cual todo lo que se compra y se vende debe haber sido producido para la venta es manifiestamente falso. En otros términos, si nos atenemos a la definición empírica de la mercancía, se puede decir que trabajo, tierra y dinero no son mercancías. El trabajo no es más que la actividad económica que acompaña a la propia vida –la cual, por su parte, no ha sido producida en función de la venta, sino por razones totalmente distintas– (…). La tierra por su parte es, bajo otra denominación, la misma naturaleza que no es producida por el hombre; en fin el dinero real es simplemente un signo del poder adquisitivo que, en líneas generales, no es en absoluto un producto sino una creación del mecanismo de la banca o de las finanzas del Estado”
Hay una sensación generalizada que el capitalismo está en estado crítico, más que en cualquier momento desde el fin de la 2ªG.M. Larry Summers (ultraliberal) y Paul Krugman (neokeynesiano), aunque enfrentados en el campo de la teoría económica, ambos predicen un estancamiento secular como la nueva normalidad del sistema. No parece que el capitalismo vaya a desaparecer de golpe o por decreto pero lo que estamos constatando es un proceso continuo y creciente de deterioro. Pero se trata de una falsa sensación. El capitalismo triunfante y sin apenas oposición puede finalmente mostrar su verdadero rostro, su más intrínseca esencia que es la de mantener a la sociedad humana en estado permanente de crisis hasta acabar con ella. El capitalismo es un cáncer terminal en fase avanzada.
El sistema es básicamente autodestructivo. A medida que crece convierte todo lo que toca en mercancía susceptible de apropiación e intercambio pero también de degradación y destrucción.
El economista húngaro Karl Polanyi ya insistía en 1944 en que lo crucial en la transformación capitalista ha sido la progresiva conversión en mercancía de todo cuanto nos rodea, incluidos nosotros mismos. El capitalismo convierte en mercancías, no solo lo que se produce su industria sino que mercantiliza esferas de la vida social que hasta el momento habían quedado al margen del comercio, como la tierra (o la naturaleza), la fuerza de trabajo o el dinero. Se trataría de mercancías ficticias que solo pueden ser tratadas como tales debido a una fuerte regulación específica a favor del sistema. El problema es que su completa mercantilización las destruye convirtiéndolas en inutilizables. Cuanto más se mercantilizan más se destruyen.
El capitalismo terminal necesita la mercancía fuerza de trabajo, la mercancía recursos naturales, y convertir al dinero en mercancía, en orden a extraer la máxima plusvalía y beneficio de todas ellas. La codicia intrínseca del sistema implica que la reproducción de tales mercancías debe quedar al margen de sus negocios (externalizadas). Son mercancías que se resisten a serlo pero que a medida que el sistema se hace más fuerte, más monopolista, más global, son cada vez más mercancías y se desgastan y destruyen cada vez más deprisa y aceleradamente hasta su total aniquilación.
De hecho, todos los indicios apuntan a que el umbral crítico en los tres ámbitos está a punto de ser superado al erosionarse en varios frentes las pocas garantías institucionales que sirvieron para protegerlos de la plena mercantilización durante el siglo XX. La humanidad convertida en fuerza de trabajo de usar y tirar gracias a la desregulación de los mercados laborales está siendo sometida a unas tasas letales de explotación que hacen cada vez más inviable su reproducción. Los recursos naturales, las tierras de cultivo, el mar, los recursos hídricos, etc., están siendo sometidos a unas tasas de depredación tales que hacen inviable su reproducción, conservación o renovabilidad. En cuanto al sistema financiero y bancario, liberado de las regulaciones que intentaron estabilizarlo tras la segunda G.M., está siendo sometido a complejas y monstruosas pirámides cada vez más inestables de dinero, crédito y deuda. La próxima crisis financiera va ha ser sin duda otra crisis de deuda. Esto se debe a que con la absoluta mercantilización del dinero, la deuda es ahora la moneda mundial y el mecanismo de financiación global. Pero una vez iniciada, sin embargo, la crisis financiera va a ser muy diferente de la última puesto que esta vez casi todas las naciones ya están muy endeudadas. Antes de la crisis de 2008, todas las naciones europeas, aparte de Portugal estaban reduciendo su nivel de deuda-PIB. La mayor parte de Europa estaba reduciendo la deuda pública a niveles muy manejables y históricamente bajos. La deuda de Irlanda, por ejemplo, era muy baja (27%). Parecía como si se estuvieran preparando para el subsiguiente rescate masivo. El rescate significó la mayor redistribución de riqueza de la historia, en la que el 90% más pobre de la población fue obligado por sus políticos a firmar la aceptación de una enorme deuda para evitar que el valor de los productos financieros en manos de los ricos quedara destruido por el colapso bancario.
Los síntomas de la crisis:
1. Declinación persistente en la tasa de crecimiento económico en los países del centro.
2. Creciente endeudamento generalizado (gobiernos, economías domésticas, empresas tanto financieras como no financieras)
3. Creciente desigualdad económica tanto en riqueza como en renta.
1, 2 y 3 son procesos que se retroalimentan. Más desigualdad y pobreza reduce la demanda agregada y el crecimiento; a menor crecimiento más desigualdad y exclusión; y más deuda implica más “reformas estructurales”, es decir más pobreza y exclusión. La concentración de los ingresos en menos del 1% resta valor a la demanda efectiva y hace que los propietarios del capital busquen oportunidades de ganancias especulativas fuera de la "economía real" (financiarización).
No hay ninguna fuerza que pueda revertir las tres tendencias a la baja en el crecimiento económico, la equidad social y la estabilidad financiera y poner fin a su refuerzo mutuo. En contraste con la década de 1930, hoy en día no existe ninguna fórmula político-económica en el horizonte, a la izquierda o a la derecha, que pudiera proporcionar un nuevo régimen de coherencia y de regulación.
Lo avanzado de la globalización monopolista convierte en obsoletas las medidas regulatorias de la fase precedente (keynesianas). Por el contrario, se buscarán cada vez nuevas formas para explotar la naturaleza (fracking), extender e intensificar la jornada laboral, y fomentar las “finanzas creativas”, en un esfuerzo desesperado por mantener las ganancias y la acumulación de capital.
Tras el crac de 2008 solo se ha recuperado el sector financiero (beneficios, dividendos, salarios y bonos vuelven a estar al nivel anterior a la crisis) gracias al rescate público y a las generosas inyecciones de dinero barato por parte de los bancos centrales (expansión monetaria).
Desde hace algún tiempo, el capitalismo sobrevive a base de inyecciones de dinero fiduciario, bajo una política de expansión monetaria cuyos arquitectos saben mejor que nadie que no puede continuar para siempre. Los balances de los bancos centrales de Europa, EEUU y Japón, convertidos en humeantes maquinitas de hacer dinero, tienen ahora colectivamente un nivel aproximadamente tres veces mayor que su nivel anterior a la crisis.
Las élites del capitalismo global parecen estar resignándose a un bajo o ningún crecimiento global en el futuro previsible puesto que ello no impide los altos beneficios en el sector financiero, fundamentalmente de las operaciones especulativas con dinero barato suministrado por los bancos centrales. Mientras la deflación consume a la economía real, la única inflación a la vista es la de las burbujas de precios de activos financieros en manos de los ricos.
Se ha pasado de una política económica de estímulo de la demanda vía redistribución de ricos a pobres a una política de estímulo de la oferta vía redistribución oligárquica de pobres a ricos.
El dinero “fácil” que ofrecen actualmente los bancos centrales, supuestamente para restaurar el crecimiento, es un dinero fácil para el capital pero no, por supuesto, por la mano de obra. No estimula la inversión sino solo el sector financiero y especulativo, aumentando la desigualdad y la redistribución negativa detrayendo cada vez más recursos de los pobres para dárselos a los más ricos. Hoy por cada dólar invertido en economía productiva, se dediquen 60 a la especulación financiera.
La legitimidad de la democracia de posguerra se basaba en la premisa de que los estados tenían una capacidad para intervenir en los mercados y corregir sus resultados en beneficio de los ciudadanos. Décadas de creciente desigualdad han puesto en duda esto, al igual que han puesto de manifiesto la impotencia de los gobiernos antes, durante y después de la crisis de 2008. Lo que se está produciendo en la práctica es el saqueo y la privatización del dominio público con el paso del Estado impositivo al Estado endeudado.
Las élites de la globalización monopolista parecen estar seguros que van a sobrevivir al tremendo desastre social y ecológico que están propiciando.
A la actual plutonomía ya no le incumbe la falta de crecimiento económico nacional porque sus fortunas transnacionales crecen sin él. La posibilidad, prevista por un mercado mundial de capitales, de rescatarse a sí mismo y a sus familias, hace que los ricos practiquen y se ejerciten el “modo de juego final” (end the game mode), saliendo junto con sus posesiones del caos que generan, y no dejando nada atrás excepto tierra quemada.
La integración social, así como la integración del sistema parecen irreversiblemente dañadas y en camino de deteriorarse aún más. Lo que es más probable que ocurra con el paso del tiempo es una continua acumulación de disfunciones más allá de toda posible reparación. En el proceso, las partes del todo encajarán cada vez menos; las fricciones de todo tipo se multiplicarán; las consecuencias imprevistas se extenderán, a lo largo de las líneas cada vez más oscuras de la causalidad. La incertidumbre proliferará; las crisis de legitimidad aumentarán en rápida sucesión mientras la previsibilidad y la gobernabilidad se reducirá. Con el tiempo, la miríada de arreglos provisionales ideados para la gestión de crisis a corto plazo se derrumbará bajo el peso de los desastres diarios provocados por desorden capitalista.
¿Pero todo esto significa el fin del capitalismo?
¿Es posible un capitalismo sin crecimiento?
Richard Smith: “O salvamos al capitalismo o nos salvamos a nosotros mismos, no podemos hacer ambas cosas a la vez”.
Evidentemente, sin crecimiento el sistema entra en crisis. ¿Pero la situación de crisis permanente – no crecimiento o decrecimiento – significa que el capitalismo se muere? ¿Significa el fin del sistema?
En el siglo XIX, los economistas clásicos estaban de acuerdo en que el crecimiento en última instancia, llegaría a su fin cuando se agotaron todas las oportunidades de inversión. Después de eso, sólo se necesitaría inversiones para reemplazar la tecnología de producción, ya que se depreció. En ese momento, la tasa de ganancia sería tan baja que la gente solo ahorraría para invertir lo suficiente para reemplazar los bienes de equipo amortizados. De este modo, el capitalismo, entraría en última instancia en un "estado estacionario". John Stuart Mill creía que el estado estacionario combinado con control de la población aumentaría el bienestar humano:
Pero si lo esperaban o no, ninguno de los economistas clásicos creía que el estado estacionario implicaría el colapso del capitalismo. A los capitalistas no les gustaría que el hecho de que la tasa de ganancia fuera cada vez menor, pero tendrían que vivir con ello.
En el siglo XX, hubo mucha más innovación tecnológica que la que los economistas clásicos habían esperado; estas innovaciones crearon nuevas oportunidades para la inversión y el crecimiento económico. Esto llevó a algunos economistas a prever que el crecimiento podría terminarse no debido a que las oportunidades de inversión se agotaran, como esperaban los economistas clásicos, sino debido a que la demanda quedara totalmente saciada: el crecimiento podría alcanzar el punto donde la gente tendría casi todo lo que necesitaba y no querrían consumir más.
Por ejemplo, John Maynard Keynes afirmó que "la humanidad está resolviendo su problema económico." En el pasado, "el problema económico, la lucha por la subsistencia, siempre ha sido el problema primario más acuciante de la raza humana - no sólo de la raza humana, sino de todo el reino biológico desde los comienzos de la vida." Pero en el futuro, "un punto pronto puede ser alcanzado, mucho antes, quizás, de lo que todos somos conscientes, cuando estas necesidades se satisfacen en el sentido de que preferimos dedicar nuestras energías a otros fines no económicos". Cuando llegue ese momento, "el hombre se enfrentará a su verdadero, su permanente problema - cómo utilizar su libertad respecto a las preocupaciones económicas, como ocupar el tiempo libre que la ciencia y el interés compuesto habrán ganado para él, para vivir sabiamente y agradablemente y bien".
Curiosamente, los más acérrimos abogados del crecimiento han sido los keynesianos y socialdemócratas, entendiendo que gracias a él algo queda para redistribuir entre sus defensores y electores. El economista keynesiano Paul Samuelson defendió en los años 1950s que el crecimiento proporciona una base para la Seguridad Social, y más tarde las teorías del “crecimiento endógeno” recomendaban el papel del gobierno en apoyo de la investigación y el desarrollo.
Dondequiera que miremos, el estancamiento económico empieza a ser la norma. Los Estados Unidos parece dirigirse a una "década perdida", Europa y Japón están peor, y economistas como Robert Gordon o Tyler Cowen están proclamando el "fin del crecimiento" o “el gran estancamiento”.
En realidad no hay ninguna razón obvia por la que el capitalismo sucumba cuando termine el crecimiento. Una razón menos obvia podría ser que las sociedades avanzadas sólo han tolerado la desigualdad capitalista porque estaban apaciguadas por la promesa de una marea perpetuamente ascendente, pero este parámetro tampoco aguanta la más reciente experiencia histórica.
En las últimas décadas, los economistas ecológicos han comenzado a decir que el crecimiento debe terminar a causa de los recursos limitados y la limitada capacidad de la tierra para absorber la contaminación. El economista canadiense Peter Victor ha creado modelos informáticos que simulan el final del crecimiento capitalista.
Algunos economistas ortodoxos han comenzado a aceptar la opinión, una vez radical, de que el crecimiento va a terminar. Por ejemplo, el profesor Robert Solow, quien ganó el Premio Nobel de Economía por su teoría del crecimiento económico, fue citado recientemente en la revista Harpers diciendo: "Creo que es perfectamente posible que el crecimiento económico no puede seguir al ritmo actual siempre. . . . Es posible que los Estados Unidos y Europa se encuentren con que, a medida que las décadas pasan el continuo crecimiento será demasiado destructivo para el medio ambiente y demasiado dependiente de los recursos naturales escasos, o que preferirían utilizarlos incrementos de productividad en forma de ocio. . . . No hay nada intrínseco en el sistema que diga que no puede existir felizmente en un estado estacionario”
¿Tienen necesidad de crecimiento las finanzas?
¿Requiere el sistema financiero crecimiento perpetuo para operar? ¿No se basa la deuda en la creencia de que la gente va a ser más rica en el futuro? No requieren los títulos de bolsa ganancias de capital y por tanto crecimiento económico?
En realidad no. El endeudamiento no desaparece si el crecimiento se detiene. Más bien parece ocurrir todo lo contrario. De hecho había un montón de empréstitos y préstamos en los períodos de crecimiento cero de la dinastía Ming, y el Imperio Otomano, y cualquier otro largo período de estancamiento económico.
En cuanto a las acciones, es evidente que en una economía monopolizada, los dividendos siguen fluyendo a pesar de la falta de ganancias de capital. En realidad a la bolsa le interesa poco el dividendo. Aunque no haya crecimiento, el mercado sigue animado gracias a la concentración del capital y las consecuentes ganancias especulativas.
Marx y el decrecimiento
El capitalismo se suele definir como un sistema en el que los capitalistas (dueños del capital), mediante la apropiación de la plusvalía en la circulación de las mercancías, acumulan más capital; es decir cada vez que el circuito se completa el sistema crece; y este crecimiento es necesario para que el sistema siga fluyendo. El crecimiento sería pues intrínseco al capitalismo.
Al igual que otros economistas del siglo XIX, Marx creía que la tasa de ganancia se reduciría y el crecimiento en última instancia, terminaría cuando se hubieran realizado todas las inversiones rentables. Marx creía que esto llevaría al colapso del capitalismo: Cuando el crecimiento se desacelere, los capitalistas recurrirían a explotar a los trabajadores cada vez con más fuerza, hasta que la miseria de los trabajadores provocaría una revolución que acabaría con el sistema.
Esta premisa también implica que los salarios nunca pueden aumentar por encima del nivel de subsistencia en una economía capitalista, porque el capitalismo requiere bajos salarios para maximizar el beneficio. Marx lo llamó "la ley de hierro de los salarios". Aquí, también, Marx afirmó que la reforma es imposible en el contexto del capitalismo. Los capitalistas tienen no sólo el deseo, sino también el poder de reducir los salarios a niveles tan miserables que van a provocar la revolución obrera. Ingresos más altos y menos horas de trabajo vendrían solamente después de la revolución socialista.
Hoy día, ante la situación de retirada generalizada de los sindicatos y partidos políticos de la izquierda, muchos marxistas son derrotistas. Wolfgang Streeck, publicó en la revista New Left Review un artículo titulado “¿Cómo será el fin del capitalismo?” En el que explica como la oposición al capitalismo, la resistencia de los sindicatos, la social democracia, o la guerra fría, habrían contribuido paradójicamente, a su longevidad, poniendo freno a su tendencia hacia la mercantilización totalitaria. Desaparecidas estas resistencias el capitalismo habría entrado de lleno en una última etapa de autoliquidación.
La realidad, sin embargo, es más prosaica. La verdadera quintaesencia del capitalismo es la “concentración” del capital más que el “crecimiento” per se del capital, y en situación de crisis permanente, aunque el capital no crezca, se concentra con más facilidad. Los monopolistas aprovechan la crisis para hacerse los señores y dueños de todos y cada uno de los sectores de la economía. El capital que controlan crece y crece a expensas de sus derrotados competidores.
El capitalismo genera crisis para la inmensa mayoría. Cuanto más capitalismo, más crisis. Es cierto, como afirma Wolfgang Streeck, que la resistencia al sistema capitalista puede proporcionar la sensación de no-crisis, pero esta sensación de un capitalismo sin crisis es excepcional y geográfica o circunstancialmente localizada. En la actualidad Siria, Libia, Egipto, Ruanda, Burundi, R.D. del Congo, Etiopía, Yemen, Somalia, Eritrea, Afganistán, Ahití, Liberia, Costa de Marfil, Palestina, Irak, etc., “disfrutan” de un normalizado capitalismo monopolista globalizado que no respeta frontera alguna, penetrando también con fuerza en Europa por el Sur y el Este de Europa.
Así pues, el capitalismo monopolista globalizado es sinónimo de crisis, depresión, miseria, exclusión, polarización social, destrucción medioambiental, etc., tanto en fase de crecimiento como en fase de decrecimiento. Pero en fase de decrecimiento la violencia capitalista aumenta en proporción al declive. En fase de decrecimiento el capitalismo se hace más capitalista, el cáncer capitalista se hace más agresivo, más terminal. Su único y simple objetivo es acabar lo más rápidamente posible con su huésped.