English translation
Another english translation
Todo aumento de la productividad, todo invento o avance para reducir el trabajo necesario, se convierte en un peligro para la humanidad. La “destrucción creativa” se ha convertido de hecho en “creación destructiva”
Entrevista aRobert Kurz (2 de septiembre de 2012)
¿Que es lo que diferencia la presente crisis respecto a las precedentes?
Según usted, el capitalismo se está acercando a su fin. ¿Estamos, por primera vez en la historia confrontados a la posibilidad de superar el capitalismo?
Revoluciones industriales
Entre los economistas historiadores es habitual hablar de tres revoluciones industriales. La primera 1760-1830, en la que se desarrolló la energía de vapor y los ferrocarriles. La segunda, desde los 1860s hasta la 1ªGM, en que se desarrolló y generalizó el uso de la electricidad, la combustión interna, el agua corriente, los cuartos de baño interiores, las comunicaciones, el entretenimiento, los productos químicos y los derivados del petróleo. La tercera que se inició en los años 1970s, la de la micro-electrónica y la digitalización, y en la que se introdujo el uso generalizado de las computadoras en todos los sectores económicos y en los hogares, la Internet, la robotización y los teléfonos móviles...
La revoluciones industriales y las crisis de sobroproducción
En capitalismo, las innovaciones, los inventos, las mejoras técnicas que disminuyen el tiempo de trabajo, la aparición de nuevas máquinas domésticas que prometen hacer más fácil la vida, …, acaban complicándonos más la vida, aumentando más el tiempo de trabajo, reduciendo aún más los salarios, y, lo peor de todo: desempleando y excluyendo a muchos y amenazando de desempleo y exclusión al resto.
En todos los casos, la introducción y proliferación de innovaciones técnicas revolucionarias significaron un aumento cualitativo de la productividad del trabajo y la consecuente caída de los precios de los productos. El aumento de la productividad redujo los puestos de trabajo necesarios para un mismo nivel productivo. En un corto lapso de tiempo, muchas plantas industriales e incluso sectores enteros quedaron obsoletos y quebraron. El aumento descomunal del desempleo deprimió los salarios con lo que la demanda se colapsó y se entró en una espiral de crisis de sobreproducción. Las primeras revoluciones industriales generaron las mayores olas de emigración de la historia. Millones de trabajadores expulsados de los núcleos industriales y agrarios europeos se vieron en la necesidad de emigrar a otros continentes para sobrevivir.
Aunque las revoluciones industriales provocaban graves trastornos socioeconómicos, reforzaban por otra parte la capacidad de expansión del sistema. Las formaciones capitalistas avanzaban sobre los raíles del ferrocarril y los tendidos de las nuevas líneas eléctricas hasta los más recónditos confines del planeta, y tras ellas, los emigrantes volvían a encontrar empleo, cobrar salarios, establecer sus familias, y a participar de nuevo, como consumidores, en el sistema. La ampliación de los mercados compensaba las funestas consecuencias de las revoluciones industriales que, al final, y a pesar de los trompicones, acababan figurando como hitos del progreso de la humanidad en los libros de historia.
Las paradojas de la tercera revolución industrial
Como en el caso de las otras revoluciones precedentes, la brillante ilusión posmoderna que despertó la Tercera Revolución Industrial respecto a nuevas formas de "trabajo inmaterial" en una nueva “sociedad de la información” basada en nuevas relaciones entre el capital y el trabajo, con una mayor "autodeterminación" de los trabajadores, etc., se acabó traduciendo, como era de esperar en capitalismo, en una oscura realidad de desempleo masivo, subempleo, auto-explotación y precariedad generalizada.
La Tercera Revolución Industrial, por la naturaleza de su alta mecanización y robotización, significa que una proporción cada vez mayor de la población va resultando excluida del proceso de producción, mientras que los que se quedan trabajando, aceptan una remuneración cada vez menor ante el temor de resultar también ellos excluidos. La Tercera Revolución Industrial ha generado una progresiva irrelevancia del costo de mano de obra en los costos finales de producción (un iPad de primera generación de 500 $ incluye apenas 33 $ de mano de obra de fabricación, de los cuales el ensamblaje final en China representa sólo 8 $).
Al igual que las fábricas de algodón aplastaron a los telares manuales y el modelo Ford T dejó sin trabajo a todo el sector de transporte de tiro animal, las tecnologías digitales han sacudido el sector de medios de comunicación, han liquidado los negocios de intermediación y de venta al por menor, han vaciado de administrativos las oficinas y diezmado las fábricas, sembrando desempleo y exclusión por doquier.
A diferencia de las revoluciones anteriores, esta tercera revolución acontece en un momento en que una expansión adicional del sistema resulta ya imposible. El sistema se enfrenta a dos barreras totalmente infranqueables: Una interna puesto que es imposible expandirse más allá de la misma “globalización” y otra externa ante el agotamiento de los recursos, graves problemas de polución y catástrofes biológicas y medioambientales.
Tecno-utopías y monopolios
Sin embargo, las tecno-utopías y el ilusionismo posmoderno de la 3r Revolución Industrial no parece que pierdan fuelle: “Las fábricas del futuro ya no van a estar llenas de máquinas y trabajadores con mono azul. Muchas serán absolutamente limpias y permanecerán casi desiertas. Como ocurre ya en muchos casos (plantas hidroeléctricas, ...) la mayoría de los puestos de trabajo ya no estarán en la planta de la fábrica, sino en las oficinas cercanas, que estará llenas de diseñadores, ingenieros, informáticos, expertos en logística, personal de marketing y otros profesionales. Los trabajos de fabricación del futuro requerirán más habilidades. Muchas de las tareas repetitivas aburridas quedarán obsoletas.”Estos brillantes análisis huyen de una contradicción interna cada vez más evidente para todos. Si la entrada de mano de obra humana es cada vez menos significativa en la producción de mercancías, y los salarios representan cantidades cada vez más pequeñas respecto a los capitales destinados a la producción (la amenaza de exclusión fuerza los salarios a la baja, incluidos los de los famosos “diseñadores, ingenieros, informáticos, expertos en logística, personal de marketing,...”), ¿quién exactamente va a comprar estos productos y con qué salario? ¿Cómo va la gente a subsistir en un capitalismo sin trabajo?
Los tecno-utópicos también tienen la respuesta para esto. La situación del capitalismo actual es susceptible de reconducirse:
Internet ha propiciado la desintermediación comercial y la aparición de redes sociales de distribución.. Ello, combinado con el perfeccionamiento de la impresión 3D y la posibilidad de la libre fabricación modular, ¿podría representar una oportunidad para los excluidos a partir de un retorno a las formas de la pequeña producción mercantil y el trabajo artesanal, donde los trabajadores volverían a poseer los medios de producción? ¿Una manufacturación modular, peer-to-peer, de código abierto y fácilmente replicable, de sólidos que se producirían en base local y en respuesta a las necesidades de una comunidad específica, y que podría extenderse a otras muchas otras áreas como la fabricación de automóviles, de muebles o de ropa? Con la propagación de estas nuevas tecnologías modulares los empleos deslocalizados volverían al suelo patrio. La economía colaborativa, los trabajadores pasando a ser empresarios de si mismos, las cadenas de suministro abandonando el marco cerrado de la gran corporación para volver un mercado libre lleno de nuevos emprendedores.
Pero en estas altisonantes disertaciones hay un factor clave y determinante que nunca aparece: los monopolios, criaturas que ganan peso con las revoluciones industriales y sobre todo con las crisis de sobreproducción que aquellas generan. La Tercera Revolución Industrial y sus crisis asociadas, han propiciado la transnacionalización y la hipertrofia monopolista a escala global, de forma que apenas queda ningún resquicio que pueda escapar a su penetración y control. A diferencia de las computadoras, el "reinicio" no funciona para el capitalismo.
Como ha ocurrido con la producción y comercialización de alimentos orgánico-ecológicos "alternativos" (las grandes superficies monopolistas ya tienen operativas sus respectivas secciones para capturar este particular segmento del mercado global), estas tecno-utopías acaban siendo capturadas rápidamente por un sector en auge en el que el monopolio constituye su misma esencia y razón de ser. Se trata de las "compañías plataforma". Compañías que crean "plataformas de mercado" donde cualquiera puede intercambiar bienes y servicios. Amazon, eBay, Google, Facebok, Uber, WorkFusion, etc., acaban conformando un nuevo sistema de subcontratación y auto-explotación tipo “putting out system” (como en el caso del género de punto en el área de Módena), destrozando, de paso, lo poco que queda en pie del pequeño comercio arrasado por las grandes superficies. En la práctica se trata de una variante del sector informal en auge, variante en la que son las "plataformas" monopolistas las que cobran los impuestos que dejan de cobrar las administraciones públicas. Hace tiempo que las escuelas de negocios han puesto el ojo en la base de la pirámide, donde va a parar la gran mayoría de la población del planeta. Allí también es posible hacer negocio (microcréditos, etc.)
Marx o Schumpeter
La dura realidad de las revoluciones industriales ya fue observada por Marx. Fue él, y no Schumpeter, quien señaló por primera vez el fenómeno de la "destrucción creativa" de la sociedad industrial, observando que en el censo británico de 1861 las nuevas industrias de la Segunda Revolución Industrial eran, en términos de empleo, comparativamente menores que sus antecesoras de la Primera Revolución Industrial. Marx estudió los casos de las fábricas de gas, telegrafía, la fotografía, la navegación a vapor y los ferrocarriles. En todos los casos los avances en mecanización y automatización de estas industrias habría reducido el empleo desde 1.000.000 a no más de 100.000 trabajadores.
Posteriormente Marx señaló que las industrias de la Segunda Revolución Industrial en Inglaterra no habían absorbido casi nada del trabajo expulsado. De ahí sus expectativas respecto a una trayectoria secular de disminución de la demanda de fuerza de trabajo. El paro forzaba la caída de salarios y la demanda con las consecuentes crisis de sobreproducción.
Las revoluciones industriales aumentan la productividad y la capacidad productiva. Esta hipercapacidad se enfrenta a la reducida capacidad de consumo de la población (excluidos o con sueldos menores) y genera una crisis de sobreproducción que expulsa y excluye sectores enteros de la población del sistema productivo como material humano obsoleto.
Schumpeter también advirtió el fenómeno, pero argumentó que esta “destrucción creativa” durante las crisis era capaz de compensar la destrucción de puestos de trabajo con la creación de nuevos puestos, gracias a la proliferación de las nuevas industrias. Evidentemente, la teoría de Schumpeter requería de una expansión continuada del sistema.
En las fases anteriores a la actual globalización, el sistema era aún capaz de aprovechar su nueva capacidad técnica para la expansión y la depredación de la periferia (apropiación de tierras, inmuebles, recursos naturales, pesquerías, riqueza forestal, esclavización de la población,...), combinando coerción con violencia, según las circunstancias, arrasando los modos de producción precapitalistas, destruyendo sus economías, sus sistemas sociales y políticos (imperialismo).
Con la máquina de vapor, el barco de vapor y el ferrocarril, el capitalismo se lanzó al asalto y el saqueo a mano armada del planeta, disfrazado de colonización civilizadora y ayuda al desarrollo. La otra cara de las revoluciones industriales han sido pues las crisis de sobreproducción, la emigración en masa, el colonialismo y el imperialismo.
La destrucción ya no es creativa
Según Shumpeter, la “destrucción creativa” favorece la concentración monopolista y esto es bueno para el capitalismo. La primera revolución industrial favoreció la aparición de monopolios en los sectores más dinámicos de la economía (acero, carbón, siderurgia, …). Con la segunda revolución industrial y la gran depresión de los años 30, el monopolio avanzó copando múltiples sectores que hasta entonces se le habían resistido. Con la 3ª revolución industrial la concentración monopolista se ha generalizado a todos y cada uno de los sectores de la economía, incluidos sectores (comercio minorista, mensajería, edición de libros/revistas, internet, hostelería, …) que nadie hubiera imaginado hace tan sólo unas décadas.
La hiperconcentración monopolista global significa que el capitalismo ha alcanzado una barrera sistémica interna que ya no puede traspasar. Sin crecimiento, los excluidos por la 3ª revolución industrial ya no van a ser reabsorbidos. La mayoría de la población quedará progresivamente excluida y definitivamente marginada, sin acceso a los revolucionarios logros de la técnica y la productividad.
La misma "destrucción creativa" ha dejado de funcionar. En las otras revoluciones industriales, las crisis de sobrecapacidad forzaban la desaparición de los menos competitivos, dejando el campo libre para las iniciativas más productivas, modernas y agresivas. Una especie de rejuvenecimiento que favorecía una ulterior expansión del sistema.
En la actualidad, dado el alto nivel de monopolización, la "destrucción" necesaria para el rejuvenecimiento del sistema ya no tiene lugar. Cuando en un determinado sector está repartido entre dos corporaciones (duopolio), no existen firmas marginales susceptibles de destrucción. Cuando ruge la recesión, el duopolio sencillamente deja de invertir, despide obreros y mantiene la sobrecapacidad esperando tiempos mejores.
En estas condiciones, cualquier atisbo de recuperación choca con una infranqueable barrera interna, puesto que "todo" está ya globalizado. La globalización monopolista significa que la expansión ulterior del sistema ya no es posible. Los ferrocarriles derrumbaron el sector del transporte animal, pero esta destrucción se compensó con la inclusión generada por la expansión planetaria del sistema de ferrocarriles. Con la revolución digital y la robotización ya no ocurre lo mismo. Ya no quedan zonas geográficas o sectores vírgenes susceptibles de una ulterior expansión capitalista. La destrucción ya no es creativa, es destrucción a secas, destrucción pura y dura, y las personas excluidas ya no encuentran ni encontrarán colocación dentro de un sistema que ya es global. Incluso los famosos protagonistas de las tecno-utopías, “diseñadores, ingenieros, informáticos, expertos en logística, personal de marketing… ”, acaban también de patitas en la calle.
El capitalismo tiene que expandirse eternamente y en su irracional fuga hacia adelante, además de intentar apoderarse por todos los medios de los últimos recursos gratuitos de la naturaleza, se abalanza sobre los servicios e infraestructuras hasta ahora administradas por los estados en una vorágine imparable de auto- metabolización caníbal.
Los carteles “se vende” o “se alquila” se eternizarán, para siempre, en la mayoría de los espacios urbanos y polígonos industriales del planeta. Todo aumento de la productividad, todo invento o avance para reducir el trabajo necesario, se convierte en un peligro para la humanidad. La “destrucción creativa” se ha convertido de hecho en “creación destructiva”.
La ilusión de los “nuevos emprendedores” y el fin de las pymes
En todos los casos, las revoluciones industriales crearon la “ilusión” de un mundo mejor, un mundo más fácil y cómodo, en el que el trabajo se iría reduciendo gracias a las mejoras en la productividad.
Con la 3ª revolución industrial, la ilusión consistía en que la informática implicaría nuevas formas del “trabajo inmaterial”, una “sociedad de la información”, con una mayor “autodeterminación” de los trabajadores.
En realidad, la “era de la información” conlleva el desempleo en masa, el subempleo y a la precariedad de las relaciones laborales. La supuesta “autodeterminación” ha conducido a una compulsiva “autoexplotación” en la más pura tradición del “putting out system” (Bimbo convirtiendo a sus transportistas en “empresarios” autónomos). Los supuestos “nuevos emprendedores”, “empresarios autónomos de su fuerza de trabajo”, o “gestores de su propio capital humano”, son en realidad agresivas formas de flexi-explotación que dejan a los trabajadores completamente a merced de las condiciones del capitalismo en crisis.
En la práctica, la esperanza ludópata de la mayoría de los “nuevos emprendedores” es la de descubrir o desarrollar algún recóndito nuevo "nicho de valor”, para abandonar rápidamente la "plataforma del mercado" y venderlo cuanto antes, por una buena tajada, al monopolista de turno.
¿Nuevas plataformas para las pymes? En un medio dominado por los monopolios, parece que tiene sentido buscarse la vida como suministrador de dichos monopolios montando pymes. Pero suministrar a un único comprador (monopsonio) capaz de dictar precios y condiciones, significa la precarización, la miseria o el cierre, para la mayoría de las pequeñas y medianas empresas cogidas en la trampa. Los mismos monopsonios recomiendan a sus proveedores la fusión y consolidación (economías de escala) para reducir ad libitum sus costes. En lo que respecta a las pymes que pretendan actuar en sectores aún no monopolizados, estos sectores se están reduciendo por momentos, incluso en las más recónditas zonas geográficas y ámbitos más insospechados. La figura del pulpo, con la que los norteamericanos del Oeste denunciaban al monopolio del ferrocarril, se corresponde perfectamente con esta habilidad monopolista de aprovechar y explotar cualquier nicho o recoveco, perfeccionada por la 3ª revolución industrial.
La terciarización tercermundista
La doctrina económica tradicional vincula el desarrollo de los tres sectores (primario, secundario y terciario) con el desarrollo de las sucesivas olas de avance de la productividad, las revoluciones industriales.
Es evidente que, desde el punto de vista técnico y material, la productividad resultante de la tercera revolución industrial permitiría que la humanidad pasase tan sólo una pequeña de su tiempo en la producción agraria o industrial para ocuparse sobretodo de la formación, educación, asistencia, medicina, cultura, etc.
Las tecno-utopías neoliberales encandilaban con una supuesta terciarización progresista. Las mejoras en productividad se iban a traducir en una “sociedad de la cultura, la educación, de la asistencia y del ocio”, en una sociedad igualitaria que generaría multitud de nuevos “servicios” y nuevos empleos para mejorar la salud, la educación, el medio ambiente, la asistencia a los ancianos y discapacitados, etc.
En la práctica, la primera parte del argumento se está llevando a cabo de forma implacable: cada vez hay menos gente ocupada en los sectores primario y secundario. Pero, el capitalismo nunca va ha permitir que la segunda parte del programa se haga realidad.
En realidad lo que se está imponiendo en el primer mundo es la conocida terciarización de la miseria, habitual en el Tercer Mundo. Un puñado de ejecutivos high-tech, viviendo en barriadas exclusivas, montando en autos y yates de última generación, rodeados de multitudes de sirvientes, guardaespaldas, abogados, cocineros, sastres y criados aduladores, mientras que los trabajadores expulsados del sector industrial y agrícola, han de buscarse la vida en otros sectores cada vez más precarizados o renunciar, sucumbiendo en la exclusión. La polarización social genera una extensa gama de subempleos precarios en los que los expulsados pasan a “servir” a los ricos o a los que aún mantienen sus precarios puestos de trabajo; precarios sirviendo a precarios (criados, chicas de servicio, chóferes, camareros/as, damas de compañía, prostitutos/as, camellos, siervos domésticos, …), según el modelo de la terciarización tercermundista.
Los apóstoles de la terciarización plantean que estos servicios terciarios son portadores del futuro crecimiento del sistema. Pero, en la práctica, la demanda de consumo que puedan pagar estos servicios es cada vez más pequeña, ya que en la 3ª revolución industrial está acabando con la clase media. Las multitudes que fracasan, son excluidas del sistema por los apropiadores cada vez más exclusivos de las ganancias de la productividad. Para miles de millones de seres humanos ya no existe ningún futuro capitalista.
La terciarización socialista
Los revolucionarios neoliberales, hasta hace poco, entonaban estridentes cánticos a la moderna terciarización a la vuelta de la esquina: los gobiernos reduciendo su campo de acción limitándose a establecer reglas claras y un campo de juego nivelado para facilitar el surgimiento de las nuevas empresas terciarias de todo tipo. Hoy día, el peso fatídico de la evidencia empírica ha secado sus gargantas y han enmudecido.
Sin embargo, en la actualidad, con el extraordinario nivel alcanzado por la productividad, la terciarización constituye la única estructuración socioeconómica factible para la mayoría de la población. La posibilidad de una futura sociedad terciaria precisa de una nueva visión del mundo social, frente a un sistema irracional, cuyo absurdo reduccionismo orgánico y mecánico conducen inexorablemente a la catástrofe social y ecológica.
La sociedad agraria premoderna no se basaba en la producción monetaria de mercancías. Por ello, el cambio a la sociedad industrial representó una ruptura con las formas de dependencia personal que fueron reemplazadas por la forma contractual e impersonal capitalista. De la misma manera, el traspaso de la sociedad industrial a la sociedad de servicios exigirá la ruptura con el sistema de producción capitalista y la formación de un orden cualitativamente nuevo y distinto.